Crónica de una cuarentena en el corazón de Europa II

Vías del tren de Uherské Hradiště. Foto: Isabel Gallego Nieto

CELIA PÉREZ CARRASCOSA

El tiempo pasa lento durante estos días. Hace dos semanas que volví al piso. Sin embargo, parece que ha pasado una eternidad desde mis últimos días en la pensión. Días en los que seguía- y sigo- la información acerca del COVID-19 tanto en la prensa española como en la checa.

Los días en la pensión fueron bastante raros. A pesar de ser una pensión muy grande, mi compañera y yo fuimos las únicas huéspedes de la Pensión Loli durante esas dos semanas, salvo algún día puntual que alguien más se alojaba. Razón por la cual no nos gustaba mucho nuestro nuevo hogar, puesto que nos preocupaba cualquier ruido extraño que oíamos.

Pese a ello, me encantaban las vistas desde la ventana de mi habitación. La pensión estaba muy cerca de la estación de tren; por lo que al asomarme a la ventana, veía las vías férreas. Disfrutaba viendo los trenes y se podía apreciar que apenas había gente en ellos debido a las medidas de la cuarentena.

Un trabajo extra durante la cuarentena

El lunes 23 de marzo el Gobierno checo extendió la cuarentena hasta el 1 de abril. Ese día, 23 de marzo, seguía en la pensión. A pesar de que Akropolis- el centro familiar- estaba cerrado, yo continuaba- y continúo- dando las clases de español por Skype.

Además de mis clases habituales, mi coordinadora encontró una nueva tarea para mí. El domingo 22 mi jefa me preguntó si podía darle clases de conversación de inglés a su hijo por Skype los lunes y los jueves. Sinceramente, no me apetecía mucho, pero pensé que sería una nueva manera de entretenimiento durante la cuarentena.

Nada más empezar la primera clase, la cara del chaval de 15 años transmitía total desinterés. Rápidamente comprendí que la decisión la había tomado enteramente su madre. De hecho, el chaval me explicó que mi coordinadora no quería que su hijo hiciera solamente los deberes del instituto durante la cuarentena. Razón por la cual había pensado en estas clases de conversación. He de decir que me hizo bastante gracia su franqueza.

No dejé de enseñar español porque disfruto mucho dando clase. Además de ser muy alegres y vivos, aprendo mucho de la cultura checa gracias a mis estudiantes. No hay un solo día de clase que no riamos juntos. Puedo decir que estas lecciones hacen que la cuarentena sea más amena para mí.

En una de las clases en la pensión, un alumno me preguntó si podía oír las campanas de Velehrad- el pueblo donde vive- a través de Skype. Le respondí que sí. Mi estudiante me dijo que eso indicaba que eran las 17:30 y que por lo tanto era la hora de tomarse un vino. Tanto a los demás estudiantes como a mí nos sorprendieron para bien estas palabras tan inesperadas.

Última semana

A pesar de echar de menos el piso, me había acostumbrado a vivir en la pensión. Estaba muy cerca de las tiendas y supermercados, por lo que, en ese sentido, fue muy cómoda la estancia allí. Lo peor era que no había lavadora. Por esta razón mi compañera y yo teníamos que ir a Akropolis a lavar la ropa. Ese breve paseo era una mezcla de pereza y entusiasmo por salir y ver el sol.

Durante esa semana animé a mi compañera a ver una de las pocas series de televisión que he visto. Mi compañera se enganchó fácilmente a la serie. Vimos dos capítulos cada noche mientras bebíamos vino o cerveza y la terminamos en cuatro días.

No nos olvidamos de nuestro compañero aislado. A veces hacíamos videollamadas para contarnos qué tal nos iba. Él nos comunicaba que estaba perfectamente y que se aburría mucho estando solo en casa. Deseaba que se terminara el encierro.

Regreso a Mařatice

Al día siguiente de terminar la serie, viernes 27 de marzo, volvimos a nuestro añorado piso en la colina de Mařatice- barrio donde vivo- diciendo adiós a la Pensión Loli. ¡Al fin regresábamos a casa! Nuestro compañero, que se encontraba bien y no había tenido ningún síntoma durante 15 días, se alegraba mucho de tenernos de vuelta.

Justo cuando íbamos a abrir la puerta del portal, nuestro compañero nos vio por la ventana y salió felizmente a recibirnos. Mis compañeros se abrazaron. Yo, que no suelo dar abrazos, no pensé en hacerlo. Pero, finalmente, dije: “vale, la situación lo requiere”. Y abracé a mi compañero mientras todos se reían de lo poco cariñosa que soy.

Otra vez deshice el equipaje y coloqué mis cosas en su lugar correspondiente. Puede que me diera un poco de pereza porque es una tarea aburrida, pero me sentía bien. Estaba en mi habitación. Había vuelto a casa.

La cuarentena se prolonga

El lunes 30 de marzo el Gobierno checo decidió extender una vez más las medidas de la cuarentena hasta el 11 de abril. A nadie le pilló por sorpresa. Praga lo estaba barajando y no era la primera vez que estas restricciones se prolongaban.

Uno de los temas de mis clases es el brote de coronavirus y las medidas que se están tomando para detenerlo. A pesar de que intente  hablar de otra cosa, parece ser inevitable hablar de esto y de lo que hacemos durante la cuarentena.

Las conversaciones con el chaval de 15 años han mejorado bastante. Ahora parece más entusiasmado que antes. Al menos no soy la única persona que hace preguntas y podemos mantener una conversación más natural.

Su opinión sobre el COVID-19 ha cambiado mucho. Recuerda que el día que cerró el instituto, martes 10 de marzo, estaba muy contento y pensaba que no sería nada grave. No obstante, ahora, aunque le cueste creerlo: ¡echa de menos el instituto y quiere volver! Dice que su madre le obliga a hacer cosas- como estas clases, o charlas, conmigo- para no pasar tanto tiempo sin nada que hacer.

Me alegro de estar con mis compañeros en estos momentos. Me gusta ir a la cocina, que alguno de ellos esté allí y hablar de cualquier cosa. También suelo hablar con mi compañera rusa acerca de su país y de cómo es allí la situación. Obviamente no podemos dejar de hablar de España. En nuestras tertulias suele ser tema principal.

Paseo por el bosque. Foto: Isabel Gallego Nieto

Uno de estos días mi compañera, la que estuvo conmigo en la pensión,  y yo fuimos a dar un paseo por el bosque- ya que en Chequia está permitido ir a la naturaleza siempre y cuando lleves mascarilla y no vayan juntas más de dos personas-. Disfrutamos mucho del paisaje y del paseo.

Por la noche suele haber algún plan. Si no jugamos a las cartas, vemos una película en nuestro propio cine (un proyector) o simplemente charlamos. El domingo 5 de abril hicimos una comida especial para los cuatro. Nunca habíamos comido todos al mismo tiempo y, menos aun, habíamos preparado algo juntos. Y, cómo no, también bebimos un poco de vino. Ha sido lo más parecido a una comida familiar que he tenido hasta ahora desde que llegué a Chequia.

Comida del domingo 5. Foto: Celia Pérez

Llega el buen tiempo

Los días soleados y cálidos parecen estar llegando a la República Checa. Llevamos con una temperatura de entre 15 y 20 grados desde principios de abril. A los checos, acostumbrados al frío,  les es difícil no poder disfrutar de este buen tiempo debido a las medidas establecidas.

Por ello, cuando voy a comprar me cruzo con mucha más gente por la calle que al principio de la cuarentena. No sé si será por el buen tiempo o que poco a poco vamos volviendo a la normalidad.

El lunes 6 de abril el Gobierno checo aprobó el levantamiento de algunas restricciones a partir del martes 7 del mismo mes. Estas medidas están relacionadas con el deporte y las actividades al aire libre.

Poco después, el jueves 9 de abril, el Gobierno checo volvió a prolongar la cuarentena hasta el 30 del mismo mes. Bien es cierto que al mismo tiempo se seguirán levantando paulatinamente las restricciones.

Ahora es Semana Santa. Me habría gustado mucho ver cómo celebran los checos estas fiestas. Sin embargo, he tenido que conformarme- muy agradecida -con lo que me han contado mis alumnos, los cuales son unos de los protagonistas de esta crónica y  hacen que esta cuarentena sea más llevadera.

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